¿Por qué Dios decidió que su Hijo fuera crucificado en medio de dos ladrones? ¿Para qué fueron necesarios esos dos criminales ahí? Cada uno de ellos desde su óptica y comportamiento nos dan un maravilloso mensaje acerca de las buenas nuevas de salvación. Mirémoslo:
Aprendiendo de las tres cruces.
Lucas 23.39
Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo:
Un insulto no necesariamente es una palabra vulgar dada desde la cultura gramatical, también puede ser una burla, una respuesta enviada de mala manera, un silencio, una mala mirada despectiva, una frase espetada con lo que algunos llaman “El tonito”.
A veces la gente dice:
“Pero no le dicho nada” bueno, no has dicho pero has hecho. O has hecho pero no has dicho. O has dicho y has hecho pero te haces el bicho. Parece un trabalenguas pero en estos aspectos lo que Dios juzga en realidad es la intensión del corazón.
—¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
¿Cuál es el concepto que tiene este criminal acerca de lo que habría de ser el Cristo? Quizá le hayan dicho que era quien habría de venir a resolver los problemas en los que se metían las personas, un dios que está al servicio de los caprichos de los mortales. O quizá su pensamiento acerca del Cristo era el mismo que se tenía en aquel entonces en la sociedad: “habrá de venir uno que nos libere del yugo esclavizante de Roma”.
En cualquier caso la idea se mantiene, “Yo solo estaré dispuesto en creer a un dios que me ayude cuando lo necesito y que no ponga en tela de juicio mis acciones”. Así piensan muchos que debe obrar Dios: “Si no lo hace de esta manera no estoy interesado en creer en él”.
¿Tienes familiares que han hecho las cosas mal toda su vida, te ven en una mejor condición, te piden que los ayudes y si no lo haces, tú terminas siendo “el malo de la película?”.
A veces uno dice en la vida: “!Qué caradura! ¡Ahora soy yo el culpable de su mal proceder!”
Es esa misma actitud la que acompaña a este criminal que le espeta a Jesús por no “ayudarlo” en su situación.
Jesús nunca tuvo que demostrarle a nadie lo que Él es.
Su ministerio empieza en el desierto con la misma pregunta de satanás: “Si en verdad eres el hijo de Dios…”
Bueno, en verdad lo que dijo fue: “Ya que eres el hijo de Dios haz esto o lo otro.”
Pero Jesús no vivía bajo la preocupación de demostrarle a nadie, ni al mismo satanás, lo que Él es. Él Es, punto.
Nuestra identidad puesta en tela de juicio.
Como Jesús, desde el comienzo de la vida cristiana constantemente nuestra identidad como cristianos será puesta en tela de juicio: “Si fueras un verdadero cristiano no harías esto, o harías esto, o lo otro”.
Tú eres lo que eres y no se lo tienes que demostrar ni certificar a nadie más que a Dios. Punto.
Imaginémonos que Jesús le hubiera hecho caso al criminal.
Si Jesús, como hijo de Dios se hubiera salvado de la cruz y hubiera salvado a los que con Él estaban siendo crucificados ni usted ni yo hubiéramos tenido oportunidad de salvación eterna, ni aún ellos la hubieran tenido porque un tiempo después habrían enfrentado nuevamente la muerte.
Pero continuemos en el juego de imaginarnos que Dios le concede al criminal lo que le está pidiendo. Se bajan de la cruz con poderes especiales, le dan una golpiza terrible a los soldados del Cesar y huyen (si a huir se le puede llamar salvarse).
¿Qué hubiera pasado un tiempo después? ¿Pudiéramos ir a buscar a los dos ladrones y los encontraríamos haciendo obras piadosas arrepentidos de todo el mal que hicieron y con seguridad de una vida eterna? No, seguro que no. Lo más seguro es que estuvieran haciendo fechorías y delitos aún peores que los que habían cometido hasta el momento porque pensarían: “Si me vuelven a apresar, quizá, de alguna manera, habrá alguna otra situación que me libre nuevamente de la cruz”.
Ahora piense lo mismo, si Dios le concediera a ése familiar suyo que argumenta cosas para poder creer en Dios. ¿Crees que se volvería de sus malos caminos para vivir una vida piadosa y de creencia en Dios? Yo lo dudo. También tengo familiares así.
Un dios a la manera de las personas.
Pero la gente se abroga el derecho de pedirle a Dios que le demuestre que verdaderamente es Dios a través de los actos que, se supone, Él debería hacer, pues de otra manera no sería digno de reconocimiento. Eso es orgullo.
Escúchenlos, son sus amigos, sus familiares, sus vecinos, sus compañeros de estudio, las personas que orgullosamente quieren debatir desde la tribuna de su lógica: “Si fuera Dios no permitiría el hambre del mundo”, “Si fuera Dios no hubiera muerto mi familiar”, “Si fuera Dios escucharía lo que le pido”, “Si fuera Dios no hubiera permitido esto o aquello” o “Debería hacer lo uno o lo otro” vuelvo a decirlo: Eso es orgullo, ese orgullo parecido al que manifiesta un ladrón que aún en lo últimos momentos de su existencia prefirió mantener como estandarte de su manera de pensar.
Tan cerca y tan lejos.
¡Este criminal estuvo tan cerca de la eternidad! La tenía a solo unos metros, el paraíso estaba a unos minutos, a distancia de una declaración; si tan solo hubiera dejado el orgullo de buscar un dios a su medida y reconocer que se encontraba allí por causa de sus delitos, que el mismo hijo de Dios crucificado tan cerca a él estaba dispuesto a saldar toda la deuda de su pecado. ¡Tan cerca y a la vez tan lejos!
40 Pero el otro criminal lo reprendió:
—¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena?
Es raro que alguien que muy seguramente desperdicio su vida cometiendo toda clase de delitos, al final de su existencia destile tanta piedad y sabiduría ¿No les parece?
¿Qué encontró colgado de ese madero, que no había encontrado a lo largo de su conflictiva vida? ¿Qué aprendió suspendido de la cruz que no había entendido en las muchas experiencias dolorosas que le había tocado vivir?
El mismo lo responde porque es el motivo de su extrañeza al no verlo reflejado en la vida de su compañero en la criminalidad: Sufrimiento.
El sufrimiento lo hizo entender que estaba recibiendo la paga de todo lo que había hecho mal.
Porque es sabio reconocer los dolores cuando son producto de nuestro pecado y porque reconocerlo es el principio de empezar a resolverlos.
El insensato siempre buscará los “chivos expiatorios” de su situación. Nunca se pondrá como responsable de su momento, pero el que reconoce su pecado y se aparta alcanza misericordia (proverbios 28:13).
El insensato dirá: “Si me duele esta situación, pero es culpa de los demás”, el sabio dirá: “Esta situación me la merezco, porque soy un pecador”.
41 En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; este, en cambio, no ha hecho nada malo.
Y luego de reconocer con mucha sabiduría cuál era la razón de su agónica situación advirtió la mansedumbre de Jesús: “Este no ha hecho nada, es un justo que está pagando la injusticia de todos nosotros”.
42 Luego dijo:
—Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Sé que eres el hijo de Dios.
Sé que esto lo haces por la humanidad.
Sé que resucitarás.
Sé que luego regresarás a implantar tu Reino.
Sé que tu Reino no tendrá fin.
Tantas confesiones y reconocimiento en una sola frase.
43 —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús.
Solo bastó la confesión del criminal para recibir el más grande regalo que se le da a un ser humano: La seguridad de que por toda una eternidad estará en la presencia de Dios.
Jesús no le recriminó su pasado, no le pidió que le diera explicaciones acerca del comportamiento que lo tenía en esa cruz. No. Simplemente lo amó demostrándole que Él se encontraba allí para poder abrirle la senda que conduce al Reino de los cielos.
Con una sola frase le aseguró:
Te aseguro que tus pecados son perdonados.
Te aseguro que hoy mismo disfrutarás de tu decisión.
Te aseguro que me acordaré de cuando venga en Mi Reino.
Recibiendo lo inmerecido.
¿Qué hizo el criminal para merecer lo que le daba Jesús en ese momento?
Nada. Solo creer.
Tuvo una vida llena de equivocaciones, no hizo nada para merecer lo que Jesús estaba a punto de darle, ni sus mismos familiares hubieran dado algo por él, quizá fue juzgado peleando su causa completamente solo porque ni aún los asesinos merecen la intercesión de su familiares. Nadie se enorgullece de tener un consanguíneo en la cruz, esos son la vergüenza de la familia, los innombrables en las reuniones, los que merecen recoger lo que sembraron.
Pero ahí está, a punto de recibir lo que quizá muchos en la vida pensaría que deben recibir porque han hecho más méritos que los del criminal. Sin embargo las buenas noticias son estas: El cielo, la eternidad, no la ganas por merecimiento, nada de lo que hagas lo ganará, excepto por hacer lo mismo que el criminal: reconocer lo que Jesús ha hecho. Lo puedes decir ahora: Jesús, acuérdate de mi ahora que estás en tu Reino, merezco la muerte, necesito que me des vida.